El sol no termina nunca de hundirse
en el único abismo verdadero.
Sin embargo,
Las sombras curvan
las mejillas pétreas
de la ciudad,
y avanzan,
como filamentos de sal,
como rascacielos convexos,
que atesoran al monstruo
en un puño umbrío,
lo aprietan,
lo ahogan.
Detienen
su latido.
El rímel tóxico que cayó del cielo
se deposita.
Llueve
y
es martes
para siempre.
Pasan a recoger su premio,
Los que se llevarán
todo
lo que yo quise.
Pasan tus elegidos, uno a uno
y yo en silencio.
Pasan los años
en fila india
y yo inmóvil.
Es el mismo cuarto donde empezó el castigo
al alarido
a la furia
a los colmillos
al pelaje.
Yo entendí.
No me querías.
De Onán era mi mano
y mi lengua
toda tuya.
Yo entendí,
no gustabas.
No querías.
No debiste
dejarme jugar
con la espuma de tu playa.
Era oscuro
era triste
era pobre
era viejo.
Un vector.
Me lo dijiste
con los dedos de una mano
y el sol aún no terminaba de hundirse
en mi silencio,
en el único abismo verdadero.
Y la sal
muerde
la
profunda
sombra
de
King
Kong,
aún hoy.
Y
aún hoy
llora
como sólo un monstruo
sabe hacerlo.
J.P.