La tribu perdida

Los perdidos se sientan, uno junto al otro, de cara hacia la línea del tren. Antes de salir, se paran el pelo con la mezcla de una barra de jabón nadando en el agua de un plato hondo. Se van pasando la caja que adentro trae una bolsa metálica que adentro trae algo que parece vino. Le piden cigarros a los transeúntes asustados. Gritan cuando pasa el tren, tratando de ganarle al chirrido de los rieles. Desde que empezaron a cerrar la línea del tren, este es su lugar. Pronto habrá una reja a ambos costados de la línea, desde la Alameda hasta San Fernando, y el barro será asfalto, y esta madriguera será un paso bajo nivel. Los perdidos se encuentran en la noche, cuando el baile de su tribu no para de sonar. Undostrescuá, undostrescuá. A eso de las tres, la gravedad ya le ha ganado al jabón, las gargantas están cansadas, y al fondo de la bolsa sólo queda un grumo oscuro. Las risas ya no celebran, el barro está endurecido y frío. Ya pasó el último rápido a Chillán. Se ponen de pie, se desparraman por los pasajes, se van encontrando en las esquinas, se van desgranando hacia las rejas y las puertas. Suenan gritos aislados, dos chiflidos, tres cuadras más, una reja quejándose y un portazo contra el frío de mayo. Mañana, flaco. Mañana, pelao. Mañana.

M.C.

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